HISTORIA DE LAS BOTELLAS


HISTORIA DE LA BOTELLA






Desde que existe el vino, el hombre se ha afanado por conservarlo el
mayor tiempo posible, un empeño que implicó experimentar con envases de madera, barro o cuero. Sin embargo, estos primitivos métodos de guarda no llegaban a resultar eficaces y el vino se transformaba para mal, es decir, perdía calidad y se acababa estropeando.
No se tardó en constatar que era el contacto con el aire lo que le hacía tanto mal. La solución estaba, por tanto, en utilizar para almacenar el vino un material absolutamente impermeable, sin poros.
Esta búsqueda del hermetismo total fue lo que llevó a nuestros antepasados a relacionar el vidrio con la conservación del vino. Con la llegada de la botella, el problema de la conservación quedaba resuelto, e incluso se encontraron con que el vino así almacenado mejoraba con el paso del tiempo. Los envases de vidrio son también muy antiguos. Su descubrimiento se atribuye a los egipcios. No obstante, es a partir del siglo XII cuando el vidrio alcanza un desarrollo amplio y se generaliza su fabricación, teniendo como foco principal la ciudad de Venecia. Esto no supuso, en cualquier caso, la extensión del vidrio al uso cotidiano.
Aún era muy caro y resultaba un lujo que sólo se podían permitir unos pocos.
Varios siglos después, en el XVII, la vidrería inglesa había alcanzado un alto grado de desarrollo y contaba con muy buenos maestros. Fueron ellos quienes descubrieron el cristal, algo que revolucionó la industria vidriera del momento. A mediados del siglo XVII, Sir Kenelm Digby, miembro de la Corte británica, tuvo el honor de ser el creador de la primera botella de vidrio moderna. Cilíndrica, de
hombros caídos coronados por un cuello largo, fue la antecesoradirecta de la bordelesa actual.
Por tanto, a partir del siglo XVII las botellas de vidrio experimentaron un desarrollo espectacular, unido estrechamente al descubrimiento del champán y a la aparición de los tapones de corcho.

TIPOS DE BOTELLA

El vidrio es una sustancia noble, transparente, resistente a la acción de los ácidos y las bases, fácil de lavar y esterilizar, y susceptible de tomar las formas y medidas deseadas.
Es este material el que se ha impuesto como el más apropiado para albergar el vino, protegiéndolo de los agentes del exterior que puedan serle perjudiciales, sin aportarle nada que cambie su estilo.
La más extendida es la botella bordelesa, alta y cilíndrica, de cuello corto, hombros marcados y color verde oscuro, es el modelo genuino de Burdeos.
La otra, más ancha y corta, se diferenciada por tres centímetros de altura, es la botella borgoñona. De hecho, en Francia esta variante es la botella oficial de la región de Borgoña. También es la más usual para envasar el vino tinto en las regiones vinícolas alemanas. Se suele fabricar en color marrón o verde oliva.
El tercer modelo de botella que estandarizaron los franceses, hace cientos de años, es la botella tipo Rhin, de origen alsaciano – germano. Tuvo su origen en las riberas de aquel río. Es la tercera botella más conocida, después de la bordelesa genuina y de su variante borgoñona. Más esbelta que las otras dos, generalmente se utiliza para vinos blancos y rosados. Por otro lado, las botellas de vino espumoso, destinadas a contener cava o champán, están elaboradas con un vidrio más grueso, y su base es más abombada, para poder soportar la presión constante ejercida por el carbónico contra sus paredes.
No obstante, y a pesar de ser éstos los modelos más conocidos y extendidos, existe una amplia gama de botellas, de diferentes formas y tamaños, estrechamente vinculadas a unos determinados tipos de vino de carácter regional o local. Es el caso de las botellas de Sauternes, en las que se envasan los vinos blancos de Burdeos, las botellas de Tokay, usadas por los vinos típicos de Hungría, las botellas de Jerez, propias de la zona sur española, las fiaschi o fiaschetti, utilizadas por los vinos Chianti italianos, y un largo etcétera, como las botellas de Oporto, las de vermut, las tipo cantimplora, etc.
Aunque parezca mentira para el profano en la materia, había mucha más dispersión, en lo que a formas y colores de las botellas se refiere, en el siglo XVIII que en la actualidad. Este fenómeno, que puede parecer curioso, tiene una explicación racional evidente.

EL COLOR DEL VIDRIO

Con el paso del tiempo, se ha descubierto que el hecho de que el vidrio sea más ó menos coloreado tiene una gran importancia para la protección del vino de la acción de la luz. Y es que, en función de la intensidad del color y del matiz del vidrio, la botella dejará pasar más ó menos diversas radiaciones del espectro.
El vidrio blanco detiene las radiaciones ultravioleta y parcialmente las violeta y es atravesado por las demás radiaciones. El vidrio verde detiene mejor el ultravioleta y el violeta, deja pasar pocas radiaciones azules y muchas amarillas, reteniendo muchas otras, por lo que el vino queda más protegido.
Por eso, el vino blanco envejece antes en botellas blancas que en botellas coloreadas. En botellas verdes toman mejor aroma (por el cambio de potencia). Incluso los vinos tintos se desarrollan mejor en botellas oscuras.
No obstante, en el color de la botella, aparte de una buena conservación, buscamos también la estética, el placer de observar la maravillosa gama de colores de los vinos.

FORMA DE LAS BOTELLAS

Algo similar ocurre con las formas de las botellas. Siempre son concebidas con criterios enológicos y no fantasiosos, es decir, que si las botellas de vino tienen una forma determinada no es por puro capricho del fabricante, sino para mejorar la conservación del vino.
Aparte, siempre existe también un componente estético, pero nunca se debe olvidar que la maduración del vino continúa en la botella. En la botella bien tapada, con un corcho sano, se produce una reducción que desarrolla el bouquet del vino, armonizándolo y redondeándolo. Desde el siglo XVIII, el sentido de la funcionalidad, la costumbre y la manejabilidad han jugado también en detrimento de formas más barrocas y han ido definiendo unas líneas prácticas y lógicas para las botellas que se comercializan.
Reproducimos a continuación un cuadro que incluye una descripción de los perfiles de botellas más característicos y famosos del mundo entero. En lo que respecta a la capacidad de las botellas, los tamaños más corrientes son los tres octavos y los tres cuartos de litro, así como la botella de litro y medio. La imagen más extendida es la de 75 cl., de estética equilibrada, práctica y manejable.
No obstante, cuando el vino es envasado con la intención premeditada de dejarlo envejecer en la botella, se pueden usar tamaños más grandes. Los franceses han creado distintos tamaños de botellas, con volúmenes oficializados. En el caso del champán, estos tamaños son los siguientes:

Magnum (1’5 litros).
Jeroboam (3 litros).
Réhoboam (4’5 litros).
Matusalem (6 litros).
Salmanazar (9 litros).
Baltasar (12 litros).
Nabucodonosor (15 litros).

LA ETIQUETA

Para los vinos embotellados de consumo directo, la etiqueta es el último mensaje que puede recibir el consumidor antes de que el vino llegue a su copa.
Si el vino se consume en un restaurante, una gran parte de este mensaje, y muchas veces de forma más precisa, es aportado por el sumiller, que le aconseja sobre el vino más adecuado que puede consumir en relación con lo que vaya a comer. Por etiqueta, entendemos el conjunto de designaciones y demás invenciones, signos, ilustraciones o marcas que caracterizan el producto y figuran
en el mismo recipiente, incluido su dispositivo de cierre, así como en soportes adheridos o colgantes.

¿Qué debe figurar en una etiqueta?

En las etiquetas es obligatorio que figure:

Los datos relativos al embotellador del vino, indicando:
El nombre o razón social del embotellador.
El domicilio social y de la industria donde se haya embotellado.
El número de Registro de Embotellador.
El contenido nominal de la botella.
El grado alcohólico del producto, excepto cuando el vino sea producido en una Denominación de Origen Calificada. En España, la única hasta ahora es la D.O. Rioja.
El Estado Miembro de la Unión Europea del que procede el vino.
Indicación de la naturaleza del producto.
Si es un "vino de calidad producido en una región determinada" (VCPRD, en el argot de la Unión Europea) se deberá indicar la Denominación de Origen ó Específica de donde procede el vino.
Si es un vino de mesa y, por lo tanto, no está producido en una Denominación de Origen ó Específica, se deberá indicar "Vino de Mesa" ó "Vino de la Tierra" del lugar de procedencia, si está acogido a una de éstas.

Indicaciones no obligatorias

Aparte, en las etiquetas pueden aparecer otras muchas indicaciones, sin que sean obligatorias, pero siempre que las mismas no confundan al consumidor, es decir, no pueden ser falsas o tendenciosas. Entre estas indicaciones no obligatorias, las que aparecen más frecuentemente en la etiqueta son:
Indicación de color y matiz.
Marca comercial.
Datos analíticos distintos del grado alcohólico.
Recomendaciones dirigidas al consumidor.
Precisiones relativas al tipo de producto. Tales como afrutado, joven, nuevo, lágrima, vendimia temprana, etc.
Tales como seco, semiseco, semidulce, dulce, etc. Tales como crianza, reserva, gran reserva, siempre que cumplan las normas específicas de cada Denominación
de Origen para el uso de tales indicaciones.
Mención de que es un VCPRD (Vino de Calidad Producido en una Región
Determinada).
Nombre de una unidad geográfica más restringida que la región propia de su Denominación de Origen.
Vidueño o vidueños con los que esté elaborado.
Año de cosecha.
Distinciones y premios conseguidos, otorgados por un órgano oficialmente reconocido al efecto, siempre que dicha distinción pueda ser demostrada mediante un documento apropiado que se asigne precisamente a la partida de vino contenida en el envase.
Nombre de la explotación vitícola en donde haya sido obtenido.
Historia del vino o de la empresa.
Condiciones técnicas o naturales de la viticultura que ha dado lugar al vino.
Condiciones de envejecimiento del vino.
Mención que indique que el vino ha sido embotellado en la propia explotación vitícola.

LA CÁPSULA

La cápsula garantiza que el producto contenido en la botella no ha sido mistificado por lo que tiene un significado de precinto, con independencia de sus cualidades decorativas o higiénicas.
Hasta hace relativamente pocos años, las cápsulas de mayor calidad eran fabricadas en plomo y sus aleaciones, pero hoy este tipo de material se ha desechado para evitar problemas de salud, ya que el plomo ingerido puede afectar a la misma (saturnismo o perfidia).
Hoy se ha sustituido el plomo por estaño en las cápsulas de mayor calidad, pero también son muy frecuentes las de plástico retráctil y las de aluminio.
En ciertos tipos de vinos especiales se ha desarrollado el uso de cápsulas pilfer, fabricadas de aluminio duro. Estas cápsulas pilfer cumplen simultáneamente dos misiones: tapar la botella sustituyendo al tapón de corcho y servir de precinto de garantía. Son tapones a rosca que, para poderse abrir, han de seccionarse en dos
cuerpos, para lo que disponen del correspondiente dispositivo, un trepado que sólo deja inalterable unos cuantos puntos en la línea de fractura.
Este tipo de cápsulas no es utilizable en todos los tipos de vinos, dada la naturaleza de muchos de ellos, que necesitan del tapón de corcho natural para poder efectuar su crianza en botella. De la misma manera que es impensable para la estética del vino pensar en otro tipo de envase que la botella de vidrio, también es impensable pensar, estética y anímicamente hablando, en otra cosa que no sea el cerrar la botella con un tapón de corcho.

HISTORIA DE LA COPA

Un buen catavinos debe estar hecho de un vidrio fino, liso, incoloro, límpido y de formas puras, sin recovecos ni adornos.
Por supuesto, los recipientes para beber vino no siempre han sido así. Al principio, ni siquiera eran de vidrio.
En los primeros momentos de la humanidad, el hombre, movido por el instinto de calmar la sed, no debió ir más allá de inclinarse sobre charcos, ríos o arroyos, para beber directamente o, todo lo más, ayudarse con las manos. Después vendría el uso de conchas marinas, cáscaras de frutos, cuernos de animales u otros
utensilios impermeables proporcionados directamente por la naturaleza.
Luego, cuando el hombre se vuelve sedentario, empieza a experimentar con lo que le rodea y surgen los primeros útiles de fabricación propia. Primero fue el barro cocido y más tarde esmaltado, después el cobre y el estaño para los pobres y el oro y la plata para los ricos. Es a partir de esta época cuando se inicia la historia de las copas.
Los descubrimientos arqueológicos evidencian el uso que de las mismas ya hicieron los griegos y romanos, y cómo gustaban de labrar y adornar sus copas ricamente, en muchos casos con dibujos referentes al vino. En aquel primer período, las copas eran símbolo de lujo y poseerlas señal inequívoca de un elevado estatus social. No se sabe a ciencia cierta ni cómo, ni dónde, ni cuándo se descubrió el vidrio, este material que tan práctico y efectivo iba a resultar para la humanidad. Lo más acertado parece situar sus primeros pasos en la época fenicia. Lo que sí se sabe con certeza es que los egipcios, unos 1.500 años antes de Cristo, ya conocían el vidrio, y que el pueblo persa, bajo el reinado de Alejandro Magno, hacía ya uso habitual de utensilios fabricados con él.
En el siglo I ya existían rudimentarias vidrierías en Francia e Italia. Sin embargo, al iniciarse la Edad Media, como tantas otras cosas, el desarrollo del vidrio sufrió un fuerte frenazo. De hecho, durante el medievo, el vidrio no sólo se estancó, sino que casi se olvidó. Los árabes adoptaron e impulsaron las técnicas del vidrio. Así, durante los siglos XIII al XV, de la ciudad de Damasco surgieron preciosos ejemplares esmaltados, que más tarde servirían de modelo a los vidrieros italianos.
En el Renacimiento, el vidrio alcanzó cotas muy elevadas. Surgieron en Venecia excelentes maestros vidrieros y sus continuas investigaciones con el vidrio les llevó a conseguir una versión blanca bastante pura, que dio lugar al prestigioso “cristal de Venecia”. Este “cristal de Venecia” alcanzó una enorme popularidad y su fama
corrió como la pólvora. Fue en el último tercio del siglo XVI cuando apareció un tipo de copa más o menos estándar, de traza esbelta, con forma de cáliz montada sobre un pie. Fueron los ingleses, sin embargo, los que se apuntaron el tanto del descubrimiento del cristal, en el siglo XVII, al añadir a la pasta vítrea óxido de plomo. Al principio, las formas y tamaños de estas nuevas copas de cristal inglés seguían cánones venecianos. El elemento de la copa que más variedades experimentó fue el tallo, no sólo porque ofrecía más posibilidades experimentales, sino porque había que contrarrestar de alguna manera la fragilidad de esta parte de la copa.
A lo largo del siglo XVIII se desarrolló todo un muestrario de modelos de copas de cristal, que se irían estilizando con el paso de los años. Las primeras piezas de cristal labrado fueron dando paso a otras más finas y ligeras. Por otro lado, las copas de color se comenzaron a utilizar para enmascarar la turbidez de los vinos blancos. Durante el siglo XIX, los alardes decorativos de las copas disminuyen considerablemente y se empiezan a desarrollar formas y tamaños según el vino, una idea que no tardó en imponerse. Será a mediados del siglo XIX cuando las mesas bien decoradas pasen a ser una cuestión de buen gusto. Por esos años se comienzan a disponer las vajillas, cubiertos y cristalerías para cada comensal con una distribución meditada, buscando la armonía y la estética del conjunto.

MODELOS DE COPA

Desde la creación de los primeros envases destinados a degustar el vino, el número de tamaños y modelos ideados para tal fin resultan imposibles de cuantificar.
Durante mucho tiempo, las vajillas destinadas a licores y vinos eran más preciadas cuanto más sofisticadas y valiosas. Sin embargo, en los últimos años se
ha tendido a la pureza de formas y se han tomado en consideración todos aquellos
aspectos que redundan en un mejor aprovechamiento de aromas y sabores.

Cualidades necesarias

Antes, cada región vinícola solía adoptar un modelo de copa propio. Ahora, existe una tendencia a la homogeneización de formas y tamaños, amoldadas a las irrefutables conclusiones de los expertos. Se impone una copa de cristal transparente y fino, que deje apreciar el color del vino sin cortapisas, de forma tipo balón, ligeramente cerrado por arriba, para evitar que los aromas se escapen y poder agitar fácilmente el contenido, y un tallo esbelto que permita sujetar la copa sin necesidad de posar ni un dedo sobre el líquido, ya que ello podría dar lugar a que se marcase la huella o a que transmitiese calor al caldo.
Éstas son las cualidades necesarias de una copa ideal. Todos estos requisitos los cumple la copa “Oenologue”, procedente de Burdeos, que está siendo adoptada por otras comarcas vinícolas. Es posible que esta copa “Oenologue” acabe desbancando en la mesa a los modelos más valiosos y sofisticados y, en las catas, al clásico catavinos homologado “Afnor”, menos estético y de inferior tamaño.
Puede ser difícil de comprender, para los profanos, que una variación de tamaño o un par de milímetros más en el grosor del vidrio pueda afectar el resultado final de algo tan tradicional como es el vino. Pero así es. La degustación del vino es un juego sensorial en el que todas las percepciones, por livianas que sean, van a resultar válidas. Por eso, el continente es necesariamente determinante en ella. A este respecto, debemos saber que expertos en la cata han hecho más de un experimento sobre este tema y han comprobado que el mismo vino se expresa de forma muy diferente según dónde se vierta. Aparte de la copa para la cata, está la copa que se utiliza en los restaurantes. En los últimos diez años se ha estandarizado una copa típica para los restaurantes, que responde al modelo bordelés y que ha supuesto un gran avance hacia la copa de
vino ideal, pues su diseño, a falta de algunos matices, se acerca bastante al definido por los entendidos como el más idóneo.

Últimos diseños

Mención especial merecen los diseños del austríaco Georg Riedel, quien, desde hace años, está experimentando con las formas y tamaños que mejor se amoldan a cada tipo de vino. La colección Riedel está compuesta por copas cuyo diseño se fundamenta en lo que podríamos llamar estética de lo práctico. En ellas se impone la elegancia de las formas y la finura y transparencia del cristal. Los diseños de Riedel intentan lograr un modelo idóneo de copa para cada tipo de vino (chardonnay, champán, cabernet – sauvignon, pinot – noir, riesling, etc.).
Configuran una colección muy loable y preciada por los paladares más puristas, que cada día está más en boga.

LOS DECANTADORES

El decantador es el elemento que hace posible el disfrute de los vinos más viejos ya que, gracias a él, se pueden quitar unas partículas que se han ido depositando en el fondo de la botella.
Son molestas a la vista y al paladar y proceden de la materia colorante del vino que se ha ido solidificando. Este utensilio también sirve para quitar los aromas poco gratos debidos a la falta de oxígeno.

Antecedentes

Las frascas o jarras de los romanos pueden considerarse el precedente de los actuales decantadores. Eran unos envases, generalmente cuadrados, elaborados en plata o en vidrio. Sin embargo, antes se usaron cántaras de barro, con unas pequeñas asas y cuello pequeño adornadas con algún dibujo y coloreadas con
barniz marrón, gris azulado o incluso con un barniz de sal que daba cierta rugosidad a la superficie. La gente de gusto más refinado servía el vino en envases de porcelana china o de cristal de roca adornados con oro o plata dorada.
El bronce y la plata fueron los materiales más usados durante la Edad Media en el servicio del vino. Poco a poco se fueron sustituyendo por el vidrio y éste, a su vez, por el cristal. El año revelación del cristal fue 1670 cuando George Ravenscroft
comenzó a fabricar envases de servicio de vino en cristal. Eran unos utensilios largos y cilíndricos de grandes hombros y un cuello estrecho del que se abría una “media luna”, donde se ajustaba un tapón en forma de pera. También se fabricaban jarras muy decoradas, con formas parecidas a las actuales botellas. Las formas y los diseños se multiplican a partir del siglo XVIII y en algunas jarras se indicaba el nombre del vino para el que estaban destinadas.
Son menajes útiles, pero también sumamente artísticos, porque en ellas el artista dejaba volar su imaginación. Este arte particular evoluciona con la historia del arte propiamente dicha. Así, en el S.XIX surgen modelos llenos de fantasía.

En la actualidad

El decantador hoy en día es un utensilio de formas dispares que ayuda a decorar una mesa. Los hay muy variados, pero todos tienen que ser de cristal transparente para ver con claridad el color, tener una capacidad aproximada de un litro para que pueda contener perfectamente la botella standard de 75 cl. que permite respirar al
vino y, finalmente, disponer de una boca ancha que evite derramar el líquido cuando se está trasvasando.
Existen decantadores con forma de botella, de jarra, redondos y pueden llevar motivos diversos. Es un objeto de culto que, en muchas ocasiones, se puede convertir en el sueño de algún coleccionista.

HISTORIA DE EL SACACORCHOS

El sacacorchos nació de la necesidad de un utensilio para quitar, de la forma más limpia posible, el corcho de las botellas. Estos envases se tenían que abrir de alguna manera pero, ¿cómo?
En el siglo XVII surgen los primeros sacacorchos, cuyo inicio coincide con la propagación de las botellas de vidrio soplado.
En esa época, el uso del corcho como taponadura no iba más allá de oponer un obstáculo para impedir la salida del vino, en el siglo XVIII aparece la botella cilíndrica que permite ganar espacio gracias a la posibilidad de almacenaje horizontal. A partir de aquí, el tampón tendrá que encajar a la perfección en el orificio para que no se pierda líquido, una necesidad asegurada por la permanente humedad a que va a estar sometido el corcho.
Esto propiciará su dilatación y una adherencia prácticamente absoluta al cristal.
Esta característica del corcho acelera la búsqueda de algo que permita abrir la botella. El primer referente más concreto sobre el sacacorchos se encuentra en la
Inglaterra del siglo XVII. No obstante, la primera muestra palpable de este instrumento procede de Francia. Es un complicado aparato que se irá simplificando con el tiempo, pero siempre llevará un tornillo o barrena que se introduce en el tapón permitiendo su extracción tirando del mismo.
Las modificaciones sobre el mango, la adición de palancas o los puntos de apoyo fueron aumentando su eficacia. La evolución del sacacorchos se fue adaptando en cada lugar al tipo de tapón que estaban destinados a extraer. En consecuencia, las preferencias nacionales sobre las bebidas determinaron, en cierta medida, los
primeros modelos de sacacorchos.
A principios del siglo XVIII aparece en Inglaterra un modelo de bolsillo en el que figura la marca del fabricante BC, pero será Samuel Henshall quien patente el primer sacacorchos en Inglaterra. Era sencillo y mantenía la primitiva estructura en forma de T, con la salvedad de una especie de arandela que hacía de tope cuando la espiral había penetrado hasta el final del corcho. De esta forma, el tapón podía rotar en el interior del cuello de la botella, lo que hacía más fácil su extracción.
El actual modelo denominado Vulcan es la réplica del antiguo modelo diseñado en 1802 por Edward Thomason basado en un sistema telescópico de doble acción que incorporaba algo parecido a un sombrero metálico que se acoplaba a la boca de la botella. La espiral perforaba el corcho y después lo hacía ascender. En el 42, Edwin Cotterill patentó un sacacorchos con un mecanismo cruzado que posibilitaba el giro de la espiral de izquierda a derecha. El modelo de láminas permitía extraer y volver a introducir el corcho en la
botella sin dañarlo y se convirtió en un instrumento muy útil para los hosteleros poco escrupulosos que utilizaban la picaresca del relleno. También apareció un sacacorchos compuesto por un tornillo central acompañado de dos resortes móviles que desplegados hacían de empuñadura.
En general, todos los sacacorchos contaban con una espiral redondeada y bien pulida cuyo diámetro oscilaba entre 0’7 y 1 cm, y de longitud más pequeña que los actuales porque respondía a los corchos que se usaban en aquella época, esto es, más pequeños que los actuales. La sofisticación predomina y se consigue un sacacorchos de dos palancas, un sistema que supuso una avanzadilla porque permitía extraer el tapón fácilmente, sin riesgo de rotura y reduciendo el esfuerzo de extracción. En el siglo XIX surge el sacacorchos con la palanca única: un “brazo” articulado que ejerce presión sobre la boca de la botella. Nace, entonces, la primitiva versión del famoso sacacorchos de camarero. Múltiples versiones de un artilugio destinado a la extracción del tapón de la botella.
Durante el siglo XIX y el XX se expanden los sacacorchos para champán. Disponían de una barrena con una afiliada punta que permitía perforar el tapón de un lado a otro. Dicha perforación comunicaba con una caña hueca interrumpida por una llave de paso, esto permitía retirar pequeñas cantidades de champán sin que el resto perdiera efervescencia. Asimismo se fabricaron sacatapones de mayor tamaño para destapar los toneles.

TIPOS DE SACACORCHOS

Existen múltiples variedades de sacacorchos que podemos comprar.
Algunas son de aire comprimido, con una operación de insuflar aire en la botella. Es un artefacto fácil de usar que, sin embargo, es poco beneficioso para el vino.
Otro es el de láminas, un sacacorchos rápido que exige gran destreza, y que permite reintroducir el corcho en la botella. El sistema de espiral sigue vigente y consiste en introducir la espiral mediante movimientos giratorios para después bajar las aletas que extraerán el tapón. Es un sistema bastante injuriado por los expertos porque la afilada espiral suele terminar desgarrando el corcho. Este es el más usado por los camareros eficaces. La más adecuada es la que tiene una longitud proporcional a la del anclaje y la más sofisticada corresponde al modelo denominado pulltaps, cuyo doble anclaje permite mantener la verticalidad del corcho hasta el final. Es práctico y económico y también el más usado tanto por los
restauradores como por los aficionados al vino.
El modelo más rápido es el de abanico. Un sistema bastante recomendable para catas largas donde sea preciso abrir muchas botellas en poco tiempo. Se trata de un aparato complejo que necesita la reposición del husillo de carbono tras la extracción de determinado número de tapones y además es caro. Se sitúa en los primeros puestos por su rapidez y perfección.

¿Qué sacacorchos elegir?

El sacacorchos que más se ha estandarizado y se ha impuesto como el más práctico es el de la concepción más primitiva, aunque con ciertas evoluciones. Es un sistema de trinquete de acción continua cuya creación data de la mitad del siglo XIX comercializado actualmente como Screwpull (nombre de la marca). Un artefacto sin
complicaciones cuyo éxito radica en la eficacia de un sistema avalado por los años y perfeccionado con una espiral de carbono bien afilada. No obstante, aún está por inventar el sacacorchos capaz de extraer los tapones en perfecto estado, sin ningún contratiempo.
Los coleccionistas, en cambio, buscan aquellos sacacorchos que en otro momento fueron pioneros en formas y en diseños y hoy día son auténticas rarezas.

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